martes, 29 de septiembre de 2015

LA BIBLIA ES LA PALABRA DE DIOS. (Por Wayne Grudem)


Hay frecuentes afirmaciones en la Biblia de que todo el contenido de las Escrituras son palabras de Dios (así como las escritas por hombres). En el Antiguo Testamento eso se ve a menudo en la frase introductoria: «Así dice el SEÑOR», que aparece cientos de veces. En el mundo del Antiguo Testamento, esta frase se habría reconocido como idéntica en forma a la frase «Así dice el rey» que se usaba para encabezar el edicto de un rey a sus súbditos; edicto que no podía ser cuestionado ni puesto en tela de duda, sino obedecerse. Por consiguiente, cuando los profetas dicen: «Así dice el SEÑOR», están afirmando ser mensajeros del Rey soberano de Israel, Dios mismo, y están afirmando que sus palabras son palabras absolutamente autoritativas de Dios. Cuando un profeta hablaba en el nombre de Dios de esta manera, toda palabra que decía tenía que proceder de Dios, o de lo contrario era un falso profeta (cf. Nm 22:38; Dt 18:18-20; Jer 1:9; 14:14; 23:16-22; 29:31-32; Ez 2:7;13:1-16). Es más, a menudo se decía que Dios hablaba «por intermedio» del profeta (1 R 14:18; 16:12,34; 2 R 9:36; 14:25; Jer 37:2; Zac 7:7,12). Por tanto, lo que el profeta decía en el nombre de Dios, Dios lo había dicho (1 R 13:26 con v. 21; 1 R 21:19 con 2 R 25-26; Hag 1:12; cf. 1 S 15:3,18). En estos y otros ejemplos del Antiguo Testamento, las palabras que los profetas dijeron también puede decirse que son palabras que Dios mismo habló. Por consiguiente, no creer o desobedecer algo que un profeta dice es no creer o desobedecer al mismo Dios (Dt 18:19; 1 S 10:8; 13:13-14; 15:3, 19,23; 1 R 20:35,36). Estos versículos en sí mismos no aducen que todas las palabras del Antiguo Testamento son palabras de Dios, porque estos versículos en sí mismos se refieren solamente a secciones específicas de palabras dichas o escritas en el Antiguo Testamento. Pero la fuerza acumulativa de estos pasajes, incluyendo los cientos de pasajes que empiezan con «Así dice el SEÑOR», demuestran que en el Antiguo Testamento tenemos registros escritos de palabras de las que se dijo que eran las palabras del mismo Dios. Estas palabras constituyen porciones extensas del Antiguo Testamento. Cuando nos damos cuenta de que todas las palabras que fueron parte de la «ley de Dios» o del «libro del pacto» se consideraban palabras de Dios, vemos que el Antiguo Testamento afirma tal autoridad (vea Éx 24:7; Dt 29:21; 31:24-26; Jos 24:26; 1 S 10:25; 2 R 23:2-3).

En el Nuevo Testamento, varios pasajes indican que todos los escritos del Antiguo Testamento se consideraban palabras de Dios. Segunda de Timoteo 3:16 dice: «Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia». Aquí «Escritura» (gr. grafé) se debe referir a la Escritura escrita del Antiguo Testamento, porque a eso es a lo que la palabra grafé se refiere todas las demás veces que aparece en el Nuevo Testamento. Además, a las «Sagradas Escrituras» del Antiguo Testamento es a lo que Pablo se acaba de referir en el versículo 15. Pablo afirma aquí que todos los escritos del Antiguo Testamento son deopneustós, «exhalados por Dios». Puesto que es de los escritos que se dice que son «exhalados», esta exhalación se debe entender como una metáfora de la pronunciación de las palabras de las Escrituras. Este versículo así indica en forma breve lo que era evidente en muchos otros pasajes del Antiguo Testamento: Las Escrituras del Antiguo Testamento se consideran Palabra de Dios en forma escrita.

Una indicación similar del carácter de todos los escritos del Antiguo Testamento como palabras de Dios se halla en 2 Pedro 1:21. Hablando de las profecías de las Escrituras (v. 20), que quiere decir por lo menos las Escrituras del Antiguo Testamento a las que Pedro anima a sus lectores a prestar cuidadosa atención (v. 19), Pedro dice que ninguna de esas profecías jamás vino por «la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de Dios, impulsados por el Espíritu Santo». No es intención de Pedro negar completamente el papel de la voluntad y personalidad humana en la escritura de la Biblia (dice que los hombres «hablaron»), sino más bien afirmar que la fuente suprema de toda profecía nunca fue la decisión de un hombre en cuanto a lo que quería escribir; más bien la obra del Espíritu Santo en la vida del profeta, llevada a la práctica de maneras no especificadas aquí (y, por cierto, en ninguna parte de la Biblia). Esto indica una creencia de que todas las profecías del Antiguo Testamento fueron dichas «por Dios»; o sea, que son palabras del mismo Dios. Se podrían citar muchos otros pasajes (vea Mt 19:5; Lc 1:70; 24:25; Jn 5:45-47; Hch 3:18, 21; 4:25; 13:47; 28:25; Ro 1:2; 3:2; 9:17; 1 Co 9:8-10; He 1:1-2, 6-7), pero el patrón de atribuir a Dios las palabras de las Escrituras del Antiguo Testamento debe ser muy claro. Es más, en varios lugares se dice que todas las palabras de los profetas o las palabras de las Escrituras del Antiguo Testamento son para imponer creencia y proceden de Dios (vea Lc 24:25, 27, 44; Hch 3:18; 24:14; Ro 15:4). Pero si en 2 Timoteo 3:16 Pablo se refería únicamente a los escritos del Antiguo Testamento cuando dice que la «Escritura» es inspirada por Dios, ¿cómo se puede aplicar este versículo a los escritos del Nuevo Testamento igualmente? ¿Dice eso algo respecto al carácter de los escritos del Nuevo Testamento? Para contestar esa pregunta debemos darnos cuenta de que la palabra griega grafé («escritura») era un término técnico de los escritores del Nuevo Testamento y tenía un significado muy especializado. Aunque se usa cincuenta y una veces en el Nuevo Testamento, en cada uno de esos casos se refiere a los escritos del Antiguo Testamento, no a ninguna otra palabra o escrito fuera del canon de las Escrituras. En otras palabras, todo lo que pertenecía a la categoría de «Escritura» tenía el carácter de «inspirado por Dios»: sus palabras eran palabras de Dios mismo. Pero en dos lugares del Nuevo Testamento vemos que también se llama «Escrituras» a escritos del Nuevo Testamento, junto con los escritos del Antiguo Testamento. En 2 Pedro 3.15-16 Pedro dice: «tal como les escribió también nuestro querido hermano Pablo, con la sabiduría que Dios le dio. En todas sus cartas se refiere a estos mismos temas. Hay en ellas algunos puntos difíciles de entender, que los ignorantes e inconstantes tergiversan, como lo hacen también con las demás Escrituras, para su propia perdición». Aquí Pedro muestra no sólo estar consciente de la existencia de las epístolas de Pablo, sino también una clara disposición a clasificar «todas sus cartas [de Pablo]» con «las demás Escrituras». Esto es una indicación de que muy temprano en la historia de la Iglesia todas las epístolas de Pablo se consideraron palabras de Dios en el mismo sentido que lo eran los textos del Antiguo Testamento. Similarmente, en 1 Timoteo 5:18 Pablo escribe: «Pues la Escritura dice: “No le pongas bozal al buey mientras esté trillando”, y “El trabajador merece que se le pague su salario”». La primera cita es de Deuteronomio 25:4, pero la segunda no aparece en ninguna parte del Antiguo Testamento. Es más bien una cita de Lucas 10:7. Pablo aquí cita las palabras de Jesús que se hallan en el Evangelio de Lucas, y las llama «Escrituras». Estos dos pasajes tomados juntos indican que durante el tiempo en que se escribieron los documentos del Nuevo Testamento había una consciencia de que se estaban haciendo adiciones a esta categoría especial de escritos llamada «Escrituras», los que tenían el carácter de ser palabras de Dios mismo. Así que, una vez que establecemos que los escritos del Nuevo Testamento pertenecen a esta categoría especial de «Escrituras», tenemos razón para aplicar 2 Timoteo 3:16 también a esos escritos, y decir que tienen también el carácter que Pablo atribuye a «toda la Escritura»: Es «inspirada por Dios», y todas sus palabras son las mismas palabras de Dios.

¿Hay alguna evidencia adicional de que los escritores del Nuevo Testamento pensaban que sus propios escritos (no los del Antiguo Testamento solamente) eran palabras de Dios? En algunos casos la hay. En 1 Corintios 14:37 Pablo dice: «Si alguno se cree profeta o espiritual, reconozca que esto que les escribo es mandato del Señor». Pablo ha instituido aquí varias reglas para la adoración en la iglesia de Corinto, y ha dicho que sus palabras son «mandato del Señor». Uno pensaría que Pablo sentía que sus mandamientos eran inferiores a los de Jesús, y que por consiguiente no había que obedecerlos con igual cuidado. Por ejemplo, en 1 Corintios 7:2 distingue entre sus propias palabras y las de Jesús: «A los demás les digo yo (no es mandamiento del Señor)…» Esto, sin embargo, simplemente significa que él no tenía en posesión palabra terrenal alguna que Jesús hubiera hablado en cuanto a ese tema. Podemos ver que este es el caso, porque en los versículos 10-11 simplemente repitió la enseñanza terrenal de Jesús de que «el hombre no se divorcie de su esposa». En los versículos 12-15, no obstante, da sus propias instrucciones sobre un tema que Jesús al parecer no trató. ¿Qué le dio el derecho de hacerlo? Pablo dice que hablaba «como quien por la misericordia del Señor es digno de confianza» (1 Co 7:25). Parece implicar aquí que sus juicios debían ser considerados tan autoritativos ¡como los mandamientos de Jesús! Indicaciones de una noción similar de los escritos del Nuevo Testamento se hallan en Juan 14:26 y 16:13, donde Jesús prometió que el Espíritu Santo les haría recordar a los discípulos todo lo que él había dicho, y que les guiaría a toda la verdad. Esto apunta a la obra del Espíritu Santo al capacitar a los discípulos para recordar y anotar sin error todo lo que Jesús había dicho. Indicaciones similares también se hallan en 2 Pedro 3:2; 1 Corintios 2:13; 1 Tesalonicenses 4.15 y Apocalipsis 22:18-19.

Nos convencemos de las afirmaciones de la Biblia de que son la palabra de Dios al leerla. Una cosa es afirmar que la Biblia afirma ser la Palabra de Dios. Otra es convencerse de que esas afirmaciones son verdad. Nuestra convicción suprema de que las palabras de la Biblia son palabras de Dios nace solamente cuando el Espíritu Santo habla a nuestro corazón en las palabras de la Biblia y mediante esas palabras, y nos da la seguridad interior de que son palabras que nuestro Creador nos está diciendo. Aparte de la obra del Espíritu de Dios, una persona ni recibirá ni aceptará la verdad de que las palabras de las Escrituras son en verdad palabras de Dios. Pero en aquellos en quienes el Espíritu de Dios está obrando hay el reconocimiento de que las palabras de la Biblia son palabras de Dios. Este proceso es estrechamente análogo a aquel por el que los que creen en Jesús saben que sus palabras son verdad. Él dijo: «Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10:27). Los que son ovejas de Cristo oyen las palabras de su gran Pastor al leer las palabras de la Biblia, y están convencidos de que estas palabras son en verdad las palabras de su Señor. Conforme las personas leen la Biblia, oyen la voz de su Creador que les habla y se dan cuenta de que el libro que están leyendo no es como otro libro cualquiera, y que es de verdad un libro de palabras de Dios mismo que les habla al corazón.




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