Hay frecuentes afirmaciones en la Biblia de que todo el
contenido de las Escrituras son palabras de Dios (así como las escritas por
hombres). En el Antiguo Testamento eso se ve a menudo en la frase introductoria:
«Así dice el SEÑOR», que aparece
cientos de veces. En el mundo del Antiguo Testamento, esta frase se habría
reconocido como idéntica en forma a la frase «Así dice el rey» que se usaba
para encabezar el edicto de un rey a sus súbditos; edicto que no podía ser
cuestionado ni puesto en tela de duda, sino obedecerse. Por consiguiente, cuando
los profetas dicen: «Así dice el SEÑOR», están afirmando ser mensajeros del Rey
soberano de Israel, Dios mismo, y están afirmando que sus palabras son palabras
absolutamente autoritativas de Dios. Cuando un profeta hablaba en el nombre de
Dios de esta manera, toda palabra que decía tenía que proceder de Dios, o de lo
contrario era un falso profeta (cf. Nm 22:38; Dt 18:18-20; Jer 1:9; 14:14;
23:16-22; 29:31-32; Ez 2:7;13:1-16). Es más, a menudo se decía que Dios hablaba
«por intermedio» del profeta (1 R 14:18; 16:12,34; 2 R 9:36; 14:25; Jer 37:2;
Zac 7:7,12). Por tanto, lo que el profeta decía en el nombre de Dios, Dios lo
había dicho (1 R 13:26 con v. 21; 1 R 21:19 con 2 R 25-26; Hag 1:12; cf. 1 S
15:3,18). En estos y otros ejemplos del Antiguo Testamento, las palabras que
los profetas dijeron también puede decirse que son palabras que Dios mismo
habló. Por consiguiente, no creer o desobedecer algo que un profeta dice es no
creer o desobedecer al mismo Dios (Dt 18:19; 1 S 10:8; 13:13-14; 15:3, 19,23; 1
R 20:35,36). Estos versículos en sí mismos no aducen que todas las palabras del
Antiguo Testamento son palabras de Dios, porque estos versículos en sí mismos
se refieren solamente a secciones específicas de palabras dichas o escritas en
el Antiguo Testamento. Pero la fuerza acumulativa de estos pasajes, incluyendo
los cientos de pasajes que empiezan con «Así
dice el SEÑOR», demuestran que en el Antiguo Testamento tenemos registros
escritos de palabras de las que se dijo que eran las palabras del mismo Dios.
Estas palabras constituyen porciones extensas del Antiguo Testamento. Cuando
nos damos cuenta de que todas las palabras que fueron parte de la «ley de Dios»
o del «libro del pacto» se consideraban palabras de Dios, vemos que el Antiguo
Testamento afirma tal autoridad (vea Éx 24:7; Dt 29:21; 31:24-26; Jos 24:26; 1
S 10:25; 2 R 23:2-3).
En el Nuevo Testamento, varios pasajes indican que todos los
escritos del Antiguo Testamento se consideraban palabras de Dios. Segunda de
Timoteo 3:16 dice: «Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para
enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia». Aquí
«Escritura» (gr. grafé) se debe referir a la Escritura escrita del Antiguo
Testamento, porque a eso es a lo que la palabra grafé se refiere todas las
demás veces que aparece en el Nuevo Testamento. Además, a las «Sagradas Escrituras»
del Antiguo Testamento es a lo que Pablo se acaba de referir en el versículo
15. Pablo afirma aquí que todos los escritos del Antiguo Testamento son deopneustós,
«exhalados por Dios». Puesto que es de los escritos que se dice que son
«exhalados», esta exhalación se debe entender como una metáfora de la
pronunciación de las palabras de las Escrituras. Este versículo así indica en
forma breve lo que era evidente en muchos otros pasajes del Antiguo Testamento:
Las Escrituras del Antiguo Testamento se consideran Palabra de Dios en forma
escrita.
Una indicación similar del carácter de todos los escritos
del Antiguo Testamento como palabras de Dios se halla en 2 Pedro 1:21. Hablando
de las profecías de las Escrituras (v. 20), que quiere decir por lo menos las
Escrituras del Antiguo Testamento a las que Pedro anima a sus lectores a
prestar cuidadosa atención (v. 19), Pedro dice que ninguna de esas profecías
jamás vino por «la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de
Dios, impulsados por el Espíritu Santo». No es intención de Pedro negar
completamente el papel de la voluntad y personalidad humana en la escritura de
la Biblia (dice que los hombres «hablaron»), sino más bien afirmar que la
fuente suprema de toda profecía nunca fue la decisión de un hombre en cuanto a
lo que quería escribir; más bien la obra del Espíritu Santo en la vida del
profeta, llevada a la práctica de maneras no especificadas aquí (y, por cierto,
en ninguna parte de la Biblia). Esto indica una creencia de que todas las
profecías del Antiguo Testamento fueron dichas «por Dios»; o sea, que son
palabras del mismo Dios. Se podrían citar muchos otros pasajes (vea Mt 19:5; Lc
1:70; 24:25; Jn 5:45-47; Hch 3:18, 21; 4:25; 13:47; 28:25; Ro 1:2; 3:2; 9:17; 1
Co 9:8-10; He 1:1-2, 6-7), pero el patrón de atribuir a Dios las palabras de
las Escrituras del Antiguo Testamento debe ser muy claro. Es más, en varios
lugares se dice que todas las palabras de los profetas o las palabras de las
Escrituras del Antiguo Testamento son para imponer creencia y proceden de Dios
(vea Lc 24:25, 27, 44; Hch 3:18; 24:14; Ro 15:4). Pero si en 2 Timoteo 3:16 Pablo
se refería únicamente a los escritos del Antiguo Testamento cuando dice que la
«Escritura» es inspirada por Dios, ¿cómo se puede aplicar este versículo a los
escritos del Nuevo Testamento igualmente? ¿Dice eso algo respecto al carácter
de los escritos del Nuevo Testamento? Para contestar esa pregunta debemos
darnos cuenta de que la palabra griega grafé («escritura») era un término técnico
de los escritores del Nuevo Testamento y tenía un significado muy
especializado. Aunque se usa cincuenta y una veces en el Nuevo Testamento, en
cada uno de esos casos se refiere a los escritos del Antiguo Testamento, no a
ninguna otra palabra o escrito fuera del canon de las Escrituras. En otras
palabras, todo lo que pertenecía a la categoría de «Escritura» tenía el carácter
de «inspirado por Dios»: sus palabras eran palabras de Dios mismo. Pero en dos lugares del Nuevo Testamento
vemos que también se llama «Escrituras» a escritos del Nuevo Testamento, junto
con los escritos del Antiguo Testamento. En 2 Pedro 3.15-16 Pedro dice: «tal como les escribió también
nuestro querido hermano Pablo, con
la sabiduría que Dios le dio. En todas sus cartas se refiere a estos mismos temas. Hay en ellas algunos puntos
difíciles de entender, que los ignorantes e
inconstantes tergiversan, como lo hacen también con las demás Escrituras,
para su propia perdición». Aquí Pedro muestra no sólo estar
consciente de la existencia de las epístolas de Pablo, sino también una clara
disposición a clasificar «todas sus cartas [de Pablo]» con «las demás Escrituras».
Esto es una indicación de que muy temprano en la historia de la Iglesia todas las epístolas de Pablo se
consideraron palabras de Dios en el mismo sentido que lo eran los textos del Antiguo Testamento. Similarmente, en 1 Timoteo
5:18 Pablo escribe: «Pues la
Escritura dice: “No le pongas bozal al buey mientras esté trillando”, y “El
trabajador merece que se le pague su
salario”». La primera cita es de Deuteronomio 25:4, pero la segunda no aparece en ninguna parte del Antiguo
Testamento. Es más bien una cita de
Lucas 10:7. Pablo aquí cita las palabras de Jesús que se hallan en el Evangelio
de Lucas, y las llama «Escrituras». Estos dos pasajes tomados juntos
indican que durante el tiempo en que se escribieron los documentos del Nuevo Testamento había una consciencia de que
se estaban haciendo adiciones a esta
categoría especial de escritos llamada «Escrituras», los que tenían el carácter de ser palabras de Dios
mismo. Así que, una vez que establecemos
que los escritos del Nuevo Testamento pertenecen a esta categoría especial de
«Escrituras», tenemos razón para
aplicar 2 Timoteo 3:16 también a esos escritos, y decir que tienen también el carácter que Pablo atribuye a «toda la
Escritura»: Es «inspirada por Dios», y todas sus palabras son las mismas palabras de Dios.
¿Hay
alguna evidencia adicional de que los escritores del Nuevo Testamento pensaban que
sus propios escritos (no los del Antiguo Testamento solamente) eran palabras de
Dios? En algunos casos la hay. En 1
Corintios 14:37 Pablo dice: «Si alguno se cree profeta o espiritual, reconozca que esto que les escribo es
mandato del Señor». Pablo ha instituido aquí varias reglas para la adoración en la iglesia de Corinto, y ha dicho que
sus palabras son «mandato del
Señor». Uno pensaría que Pablo
sentía que sus mandamientos eran inferiores a los de Jesús, y que por consiguiente no había que
obedecerlos con igual cuidado. Por ejemplo, en 1 Corintios 7:2 distingue entre sus propias palabras y las de Jesús: «A los demás
les digo yo (no es mandamiento del
Señor)…» Esto, sin embargo, simplemente significa que él no tenía en posesión palabra terrenal alguna
que Jesús hubiera hablado en cuanto a ese tema. Podemos ver que este es el caso, porque en los versículos 10-11 simplemente
repitió la enseñanza terrenal de
Jesús de que «el hombre no se divorcie de su esposa». En los versículos 12-15, no obstante, da sus propias
instrucciones sobre un tema que Jesús al parecer no trató. ¿Qué le dio el derecho de hacerlo? Pablo dice que hablaba
«como quien por la misericordia del
Señor es digno de confianza» (1 Co 7:25). Parece implicar aquí que sus juicios debían ser considerados tan
autoritativos ¡como los mandamientos de Jesús! Indicaciones de una noción similar de los escritos del Nuevo
Testamento se hallan en Juan 14:26 y
16:13, donde Jesús prometió que el Espíritu Santo les haría recordar a los discípulos todo lo que él había dicho,
y que les guiaría a toda la verdad. Esto apunta a la obra del Espíritu Santo al capacitar a los discípulos para
recordar y anotar sin error todo lo
que Jesús había dicho. Indicaciones similares también se hallan en 2 Pedro 3:2;
1 Corintios 2:13; 1 Tesalonicenses
4.15 y Apocalipsis 22:18-19.
Nos convencemos de las afirmaciones de la Biblia de que son la
palabra de Dios al leerla. Una cosa es afirmar que la Biblia afirma ser la
Palabra de Dios. Otra es convencerse de que esas afirmaciones son verdad.
Nuestra convicción suprema de que las palabras de la Biblia son palabras de
Dios nace solamente cuando el Espíritu Santo habla a nuestro corazón en las
palabras de la Biblia y mediante esas palabras, y nos da la seguridad interior
de que son palabras que nuestro Creador nos está diciendo. Aparte de la obra
del Espíritu de Dios, una persona ni recibirá ni aceptará la verdad de que las
palabras de las Escrituras son en verdad palabras de Dios. Pero en aquellos en quienes el Espíritu de Dios está obrando hay el
reconocimiento de que las palabras de la Biblia son palabras de Dios. Este
proceso es estrechamente análogo a aquel por el que los que creen en Jesús
saben que sus palabras son verdad. Él dijo: «Mis ovejas oyen mi voz; yo las
conozco y ellas me siguen» (Jn 10:27). Los que son ovejas de Cristo oyen las
palabras de su gran Pastor al leer las palabras de la Biblia, y están convencidos
de que estas palabras son en verdad las palabras de su Señor. Conforme las
personas leen la Biblia, oyen la voz de su Creador que les habla y se dan
cuenta de que el libro que están leyendo no es como otro libro cualquiera, y
que es de verdad un libro de palabras de Dios mismo que les habla al corazón.
TWITTER.
@JAlfredoLievano
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