La realidad eterna, viva, poderosa
y soberana de Dios está sobre toda la tierra; se extiende más allá de las fronteras
del universo rebasando el tiempo y el espacio, pero que al mismo tiempo se hace
evidente en las cosas creadas. “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y
deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo
entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa”. (Romanos 1:20). Observa a tu
alrededor, y verás el sello del Dios creador desde el inconmensurable universo hasta en el punto más pequeño de un
átomo. En todo se ve la huella de Dios. No hay excusa para afirmar lo
contrario.
Este Dios creador del universo y su
sustentador, no quiso quedar en el anonimato, sino que tomó la iniciativa para revelarse
al mundo y salvarlo de la condenación eterna por medio de Jesucristo. Al respecto
el autor de la carta a los hebreos escribe: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en
otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha
hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo
hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma
de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder,
habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se
sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:1-3). Es
entonces por medio de Jesucristo que llegamos a constituirnos en hijos y herederos
del Rey del Universo. Obtenemos identidad celestial y un destino eterno. “Mas a todos los
que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos
hijos de Dios; los cuales no son
engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino
de Dios”. (Juan 1:12-13);
también la carta a los efesios nos dice
lo siguiente: “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio
de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el
Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la
redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1:13-14). En Cristo tenemos asegurada la Vida Eterna,
pero mientras estemos aquí en la tierra, nos es necesario fructificar para él. “No me elegisteis
vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis
y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Juan 15:16)
CUÍDATE DE LAS LUCES FALSAS
La tierra está llena de luces
falsas que pueden hacerte perder la noción de la realidad de Dios, de tu identidad
en Cristo, de tu misión sobre la tierra y de tu destino eterno; por eso es
importante que no ceses de cultivar diariamente tu vida espiritual por medio de
la oración y la reflexión bíblica, no sea que te duermas y te apagues.
“Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que
tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran
prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron
consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con
sus lámparas. Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la
medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces
todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las
insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras
lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos
falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para
vosotras mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que
estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. Después
vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él,
respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco. Velad, pues, porque no
sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir”
Mateo 25:1-13
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