Propensos a
pecar... ¡Todos los somos!
La experiencia
diaria nos lo demuestra, y aunque no lo queramos, nuestra carne reacciona
naturalmente hacia dicha tendencia; de esto, el apóstol Pablo lo testifica con
claridad, pero tampoco lo justifica.
“Porque
lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco,
eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De
manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo
sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien
está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal
que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el
pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que
el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de
Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi
mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”
Romanos 7:15-23.
Todos tenemos
un “punto débil”. En unos, más evidente que en otros; pero igual, nadie se
escapa de este aguijón que nos recuerda la
vulnerabilidad a la que estamos sometidos todo el tiempo, así como nuestra
dependencia absoluta de la GRACIA y el PODER de Dios.
“Bástate
mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena
gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder
de Cristo”
2 Corintios 12:9
Dios se compadece de nuestro estado pecaminoso.
“Porque
no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades,
sino uno (Jesucristo) que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin
pecado”
Hebreos 4:15
Dios se hizo hombre en Jesucristo para librarnos
de culpa por medio de su sacrificio en la cruz. (De esto se trata básicamente
el mensaje del evangelio)
“Y a
vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne,
os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta
de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de
en medio y clavándola en la cruz”
Colosenses 2:13-14.
“El que no tenga pecado, tire la primera piedra”
Juan 8:7
Nadie queda exento...
Nadie puede condenar a
otro por ser pecador.
Todos somos culpables
delante de Dios.
“Si decimos que no
tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en
nosotros”
1 Juan 1:8
Si nos
mantenemos “en pie”, no es por nuestros méritos o esfuerzos; sino por la GRACIA
incondicional y el PODER sobrenatural de Dios obrando de continuo. No tenemos
de qué jactarnos ante él, ni ante los demás, ni ante nosotros mismos. Comprendámoslo de una vez... ¡Somos pecadores!
¿Qué hacer entonces?
Abandonémonos bajo la Gracia y el Poder de Dios.
“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para
alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”
Hebreos 4:16.
Tenemos a la
mano el recurso eficaz para hacerlo...
¡La oración perseverante!
Por medio de la
oración constante recibiremos la fuerza de lo alto para contrarrestar nuestra debilidad.
“Velad
y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está
dispuesto, pero la carne es débil”
Marcos 14:38
“Oh Dios, de
mañana oirás mi voz;
De mañana me
presentaré delante de ti, y esperaré”
Salmo 5:3
“Tarde y mañana
y a mediodía oraré y clamaré,
y él oirá mi
voz”
Salmo 55:17
¿Y
si caemos por algún descuido?
Su
Gracia nos levanta y sostiene.
“Cuando el
hombre cayere, no quedará postrado,
Porque el Dios
Eterno sostiene su mano”
Salmo 37:24
Nuestras
fuerzas están en Dios...
¡No
lo olvidemos!
“Bienaventurado
el hombre que tiene en ti sus fuerzas,
En
cuyo corazón están tus caminos”
Salmo 84:5
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José Alfredo Liévano.
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