La única esperanza firme
y consistente es la herencia de la Vida Eterna, no hay ninguna otra que la
supere; esta herencia otorgada por Dios se alcanza únicamente por medio de Jesucristo.
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una
esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una
herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos
para vosotros”
1 Pedro 1:3-4
Herencia indescriptible.
No se puede explicar
con palabras las infinitas y diversas bendiciones
que se obtienen con la herencia de la Vida Eterna; van más allá de toda especulación lógica, más allá del tiempo, más allá
del espacio. Toda descripción que la Biblia presenta, es por medio de
semejanzas asimiladas y conocidas por nuestros sentidos; sin embargo, no hay
palabras para describirlas, ni ideas para comprenderlas. “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni
han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le
aman” 2 Corintios 2:9. Toda herencia terrenal palidece ante la herencia que
como hijos de Dios tenemos derecho; estamos convencidos de ello. “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos
de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con
Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él
seamos glorificados” Romanos 8:16-17.
Invirtiendo para la eternidad.
Al tener la firme
convicción de nuestra herencia EN Cristo, toda ambición terrenal queda en
último plano; entendemos como extranjeros y peregrinos en la tierra, de que todas
las cosas son caducas, de que únicamente son medios para nuestra subsistencia. Al
respecto, el consejo de nuestro Señor Jesucristo está claro y libre de ambigüedades
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen,
y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la
polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan” Mateo
6:19-20.
Como herederos de
Dios, no hemos de perder el objetivo por el cual estamos en la tierra. Estamos
aquí para cumplir con la misión de alumbrar el mundo con el mensaje del
evangelio, todos nuestros recursos deben ser empleados de alguna manera para
ese propósito “Porque así nos ha mandado el Señor,
diciendo: Te he puesto para luz de los gentiles, a fin de que seas para salvación
hasta lo último de la tierra” Hechos 13:47; así también estamos en el mundo para ser medios de
bendición ante las diversas necesidades que el prójimo padece. En la medida que recibamos, así también
hemos de dar. Dios nos da para que demos, no para que atesoremos. “Y poderoso es
Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo
siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra; como
está escrito: Repartió, dio a los pobres; su justicia permanece para siempre. Y
el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará
vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, para que estéis
enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros
acción de gracias a Dios” 2 Corintios 9:8-11.
No te olvides de tu herencia.
¡Es insuperable!
Pídele a Dios que
abra tus ojos para que puedas ver más allá de las realidades terrenales y caducas;
al adquirir esa convicción podrás decir con seguridad:
“El Dios eterno es la porción de mi
herencia...
Es hermosa la heredad que me ha tocado”
Salmo 16:5-6
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