La Biblia
enseña en varios lugares que Dios no necesita de ninguna parte de la creación para
existir ni por alguna otra razón. Dios es absolutamente independiente y
autosuficiente. Pablo proclama a los hombres de Atenas: «El Dios que hizo el
mundo y todo lo que hay en él es Señor del cielo y de la tierra. No vive en
templos construidos por hombres, ni se deja servir por manos humanas, como si
necesitara de algo. Por el contrario, él es quien da a todos la vida, el
aliento y todas las cosas» (Hch 17:24-25). La implicación es que Dios no
necesita nada de la humanidad. (Vea también Job 41.11; Sal 50:10-12.) A veces
algunos han pensado que Dios creó a los seres humanos porque se sentía solo y
necesitaba comunión con otras personas. Si esto fuera cierto, significaría que Dios
no es completamente independiente de la creación. Significaría que tuvo que crear
a las personas a fin de ser completamente feliz o completamente realizado en su
existencia personal. Sin embargo, hay indicaciones específicas en las palabras
de Jesús que muestran que tal idea es inexacta. En Juan 17:5 Jesús ora: «Y
ahora, Padre, glorifícame en tu presencia con la gloria que tuve contigo antes
de que el mundo existiera». Aquí hay una indicación de que el Padre y el Hijo
compartían la gloria antes de la creación. Luego, en Juan 17:24, Jesús habla al
Padre de «la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación
del mundo». Había amor y comunicación entre el Padre y el Hijo antes de la
creación, y en esta comunión no había ni falta ni defecto que requiriera la
creación de la humanidad. Con respecto a la existencia de Dios, esta doctrina
también nos recuerda que sólo Dios existe en virtud de su propia naturaleza,
que él nunca fue creado y que nunca empezó a existir. Siempre fue. Esto se ve
en el hecho de que todas las cosas que existen fueron hechas por él («Digno
eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, la honra y el poder, porque
tú creaste todas las cosas; por tu voluntad existen y fueron creadas» [Ap
4:11]; esto también se afirma en Jn 1:3; Ro 11:35-36; 1 Co 8:6). Un salmo nos
dice que Dios existió antes de que hubiera cualquiera otra creación: «Desde
antes que nacieran los montes y que crearas la tierra y el mundo, desde los
tiempos antiguos y hasta los tiempos postreros, tú eres Dios» (Sal 90:2). Dios
siempre ha sido y siempre será exactamente lo que es. Su existencia o naturaleza
no dependen de nada de la creación. El ser de Dios es también totalmente único.
No es simplemente que Dios no necesita a la creación para nada; Dios no podría
necesitar a la creación para nada. La diferencia entre la criatura y el Creador
es una diferencia inmensamente vasta, porque Dios existe en un orden de
existencia fundamentalmente diferente. No es simplemente que nosotros existimos
y que Dios siempre ha existido; es también que Dios necesariamente existe en una
manera infinitamente mejor, más fuerte, más excelente. La diferencia entre el
ser de Dios y el nuestro es más que la diferencia entre el sol y una vela, es
más que la diferencia entre el océano y una gota de lluvia, más que la
diferencia entre el casco de hielo del Ártico y un copo de nieve, más que la
diferencia entre el universo y el cuarto en donde estamos sentados: El ser de
Dios es diferente cualitativamente. Ninguna limitación o imperfección de la
creación se debe proyectar sobre nuestro pensamiento de Dios. Él es el Creador;
todo lo demás es criatura. Todo lo demás puede desaparecer en un instante; él
necesariamente existe para siempre. La consideración de equilibro respecto a
esta doctrina es el hecho de que nosotros y el resto de la creación en efecto
glorificamos a Dios y le damos gozo. Esto debe afirmarse a fin de guardarnos
contra toda idea de que la independencia de Dios nos deja sin significado. Alguien
pudiera preguntarse: «Si Dios no nos necesita para nada, ¿somos importantes en algún
sentido? ¿Tiene algún significado nuestra existencia o a la existencia del
resto de la creación?» En respuesta hay que decir que, en efecto, somos
significativos porque Dios nos creó y ha determinado que debemos ser
significativos para él. Esta es la definición final de significación genuina. Dios
se refiere a sus hijos de todos los términos de la tierra como «todo el que sea
llamado por mi nombre, al que yo he creado para mi gloria, al que yo hice y
formé» (Is 43:7). Aunque Dios no tenía que crearnos, determinó hacernos en una
decisión totalmente libre. Decidió crearnos para que le glorifiquemos (cf. Ef
1:11-12; Ap 4:11). También es verdad que podemos dar gozo y deleite real a
Dios. Es uno de los hechos más sorprendentes de la Biblia que Dios en realidad
se deleita en su pueblo y se regocija por ellos. Sofonías profetiza que el
Señor «se deleitará en ti con gozo, te renovará con su amor, se alegrará por ti
con cantos como en los días de fiesta» (Sof 3:17-18; cf. Is 62:3-5). Dios no
nos necesita para nada, y sin embargo, el hecho asombroso de nuestra existencia
es que él quiere deleitarse en nosotros y permitirnos darle gozo a su corazón.
Esta es la base para la significación personal en la vida del pueblo de Dios:
ser significativo para Dios es ser significativo en el supremo sentido. Es
inconcebible una significación personal mayor.
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@JAlfredoLievano
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