viernes, 23 de octubre de 2015

LA ETERNIDAD DE DIOS (Por Wayne Grudem)


Dios es atemporal en su propio ser. El hecho de que Dios no tiene ni principio ni fin se ve en el Salmo 90:2: «Desde antes que nacieran los montes y que crearas la tierra y el mundo, desde los tiempos antiguos y hasta los tiempos postreros, tú eres Dios». Similarmente, en Job 36:26 Eliú dice de Dios: «¡Incontable es el número de sus años!» La eternidad de Dios también la sugieren pasajes que hablan del hecho de que Dios siempre es o siempre existe. «Yo soy el Alfa y la Omega —dice el SEÑOR Dios—, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso» (Ap 1:8; cf. 4:8). El hecho de que Dios nunca empezó a existir también se puede deducir del hecho de que Dios creó todas las cosas y que él es en sí mismo un espíritu inmaterial. Antes de que Dios hiciera el universo no había materia, pero entonces él creó todas las cosas (Gn 1:1; Jn 1:3; 1 Co 8:6; Col 1:16; He 1:2). El estudio de la física nos dice que la materia, el tiempo y el espacio deben ocurrir juntos: si no hay materia no puede haber ni espacio ni tiempo. Así que antes de que Dios creara el universo no había «tiempo», por lo menos no en el sentido de una sucesión de momentos consecutivos. Por consiguiente, cuando Dios creó el universo, también creó el tiempo. Pero antes de que hubiera un universo, y antes de que hubiera tiempo, Dios siempre existía, sin principio y sin ser influido por el tiempo. En algunos lugares la Biblia habla de que Dios existía o actuaba «antes» de que existiera la creación o el tiempo. El Salmo 9:2 habla de Dios «antes que nacieran los montes» y «[antes] que crearas la tierra y el mundo». Efesios 1:4 dice que Dios nos escogió en Cristo «antes de la creación del mundo». Más notablemente Judas 25 dice esto: ¡Al único Dios, nuestro Salvador…sea la gloria, la majestad, el dominio y la autoridad, por medio de Jesucristo nuestro Señor, antes de todos los siglos, ahora y para siempre! Amén. Aquí Judas atribuye gloria, majestad, dominio y autoridad a Dios «antes de todo el tiempo. Es significativo que los tres descriptivos que usa Judas indican una secuencia de pasado, presente y futuro («antes de todo el tiempo», «ahora», «para siempre»), indicando así que la frase está traducida correctamente como «antes de todo el tiempo».  Los pasajes bíblicos antedichos, y el hecho de que Dios siempre existió, incluso antes de que hubiera tiempo, se combinan para indicarnos que el propio ser de Dios no tiene sucesión de momentos o ningún progreso de un estado de existencia a otro. Para Dios toda su existencia siempre es de alguna manera «presente», aunque hay que reconocer que para nosotros la idea es extremadamente difícil de entender, porque es una clase de existencia diferente de la que nosotros experimentamos.
Dios ve todo tiempo con la misma agudeza. Leemos en el Salmo 90:4: «Mil años, para ti, son como el día de ayer, que ya pasó; son como unas cuantas horas de la noche». En el Nuevo Testamento Pedro nos dice «que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día» (2 P 3:8). Estos versículos en conjunto nos ayudan a imaginarnos la manera en que Dios ve el tiempo. Por un lado Dios ve mil años «como el día de ayer». Él puede “recordar” con detalles todo lo acaecido hace mil años por lo menos tan claramente como nosotros podemos recordar lo que sucedió «ayer». Cuando nos damos cuenta de que «mil años» no implica que Dios se olvida de las cosas después de mil cien o mil doscientos años, sino que solo es una figura de dicción para denotar un período de tiempo extremadamente largo, tan largo como podamos imaginarlo, se hace evidente que toda la historia pasada Dios la ve con perfecta claridad y viveza: todo el tiempo desde la creación es para Dios como si acabara de ocurrir. Por otro lado, para Dios «un día es como mil años»; o sea, cualquier día desde la perspectiva de Dios parece durar «mil años». Es como si el día nunca terminara, sino que siempre está siendo experimentado. De nuevo, puesto que «mil años» es una figura de dicción que quiere decir «toda la extensión de tiempo que podamos imaginar», o «toda la historia», podemos decir a partir de este versículo que en su conciencia y por la eternidad cualquier día le parece a Dios como presente. Estas dos afirmaciones juntas muestran una asombrosa manera de ver el tiempo: toda la amplitud de la historia es tan vívida como si fuera un breve hecho que acaba de suceder, pero cualquier breve hecho ¡es como si durara para siempre! Ningún acontecimiento se diluye de la conciencia de Dios. Podemos concluir, por consiguiente, que Dios ve y sabe con igual intensidad todos los acontecimientos pasados, presentes y futuros. Con respecto al futuro, Dios frecuentemente dice por los profetas del Antiguo Testamento que solamente él sabe y puede declarar acontecimientos futuros. Leemos en Isaías: “Yo soy Dios, y no hay ningún otro, yo soy Dios, y no hay nadie igual a mí. Yo anuncio el fin desde el principio; desde los tiempos antiguos, lo que está por venir. Yo digo: Mi propósito se cumplirá, y haré todo lo que deseo” (Is 46:9-10).

Así que Dios de cierta manera está por encima del tiempo y es capaz de verlo todo como presente en su consciencia.





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@JAlfredoLievano 

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