La accesibilidad al cielo se produce desde el momento que nos constituimos en hijos de Dios. Al respecto, el apóstol Pablo escribe: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” Romanos 8:16-17.
Sin embargo, también viviendo sobre la tierra podemos experimentar un anticipo de las bondades del cielo, aunque sea una milésima de ellas. La experimentamos cuando buscamos intensa y periódicamente a Dios en oración, cuando recibimos iluminación sobrenatural al reflexionar en su Palabra y cuando su Espíritu gobierna nuestra alma. Cuando eso sucede, comenzamos a ver la vida terrenal desde otra perspectiva diferente a como estamos acostumbrados y a proceder espontáneamente de acuerdo a los parámetros divinos...
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Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.
Romanos 8:5-6
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