No es
lo mismo conocer el contenido bíblico
con el intelecto, que asimilarlo con
el Espíritu; son dos procesos diferentes.
El conocimiento intelectual se fundamenta en
la razón, por lo que es limitado y natural; en cambio el conocimiento espiritual se fundamenta en el Espíritu, por lo que es
ilimitado y sobrenatural.
El apóstol
Pablo establece la diferencia...
“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de
Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de
discernir espiritualmente”
1
Corintios 2:14
Es
necesario que antes de abrir las páginas de la Sagrada Escritura, oremos para
que su influencia iluminadora invada y someta nuestras concepciones lógicas. No
es cualquier libro ante el cual estamos, es la revelación inspirada por el Dios
Altísimo.
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de
Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”
2 Timoteo 3:16-17
La
palabra de Dios “se oye” con claridad
a través de la influencia sobrenatural del Espíritu Santo en nuestra mente; al asimilarla
de esa manera, se “saborea” la indescriptible, insustituible, gozosa y
suprema dicha que nos conduce a practicarla con espontaneidad.
Al respecto, nuestro
Señor Jesucristo dice...
“Bienaventurados los que oyen
la Palabra de Dios y la guardan”
Lucas
11:28
¿POR QUÉ SE ALCANZA LA SUPREMA DICHA AL “OÍR” LA
PALABRA DE DIOS?
Por los resultados que se producen,
¡Veamos algunos!
La
convicción firme y permanente de su contenido.
La sabiduría
con la que se procede ante las circunstancias diversas de la vida.
La compasión
solidaria y espontánea ante las diversas necesidades del prójimo.
La valentía
de oponerse ante la fuerte corriente del mal que predomina en el mundo.
El
celo de difundir su mensaje por todos los medios posibles.
No es en vano que el
salmista se exprese de la siguiente manera...
“El hacer tu voluntad,
Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón”
Salmo 40:8
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Ante las evidencias
anteriores, preguntémonos sinceramente si somos genuinos “oidores” de la Palabra de Dios.
Nuestro Señor
Jesucristo dice que el “buen árbol”
se conoce por sus frutos; entonces, si se producen los resultados anteriores,
es porque en realidad SÍ lo somos; caso contrario, somos “oidores olvidadizos”
“Porque si alguno es oidor de la
palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en
un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y
luego olvida cómo era. Mas el que mira
atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no
siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en
lo que hace”
Santiago 1:23-25
Oremos
para que el Espíritu Santo “taladre” sin cesar nuestros oídos espirituales; es
necesario que el efecto de su LUZ sobrenatural invada los rincones más profundos
de nuestra alma y arraigue en ella la VERDAD absoluta revelada en Jesucristo.
“Envía tu
LUZ y tu VERDAD; éstas me guiarán,
me conducirán a tu santo monte, y a
tus moradas”
Salmo 43:3
“El Padre
de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de
él, alumbrando los ojos de vuestro
entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado,
y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la
supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la
operación del poder de su fuerza”
Efesios
1:17-19
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José Alfredo Liévano.
MINISTERIO
PENSEMOS EN DIOS.
Difundiendo el mensaje de Jesucristo.
¡Hasta lo último de la tierra!
“Porque
así nos ha mandado el Señor, diciendo: Te he puesto para luz de todas las
gentes, a fin de que seas para salvación hasta lo último de la tierra”
Hechos 13:47.
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