Somos seres transitorios y cambiantes. Nuestro cuerpo va en proceso imparable de deterioro hasta llegar a la muerte. Esa es nuestra realidad; por lo tanto, aspiremos a lo Eterno, aferrémonos a Dios, para que al dejar nuestra morada terrestre, vivamos para siempre con él.
Nosotros somos como una casa terrenal, como una tienda de campaña no permanente; pero sabemos que si esta casa se destruye, Dios nos tiene preparada en el cielo una casa eterna, que no ha sido hecha por manos humanas.
2 Cor 5,1
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