Un seguidor de
Cristo es aquel que se niega a sí mismo con el único propósito de reflejar
espontáneamente la voluntad de Dios hasta las últimas consecuencias. Al respecto
dice nuestro Señor: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas
9:23); y más adelante agrega: “En esto conocerán todos que sois mis
discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). El amor es la señal más clara y evidente
de su realidad obrando en nosotros y por medio de nosotros, es la señal
inconfundible del Espíritu proyectándose sin barreras por medio de sus frutos.
Pero...
¿Cómo llegar al amor
práctico y espontáneo?
En la medida
que mantengamos una relación estrecha con Dios por medio de la oración y la reflexión
de su Palabra. Necesitamos apartarnos cada día del “ruido del mundo” y de los “espejismos
de la tierra” para anhelar y saturarnos de su viva presencia, para experimentar
desde lo más profundo del corazón esa transformación sobrenatural que nos hace “oír”
y “ver” más allá de las dimensiones terrenales. Es imposible practicar con espontaneidad la
Palabra de Dios si no alimentamos nuestra vida espiritual... ¡Es imposible!
A partir de
este día cultivemos la vida en el Espíritu, para que al tener ese encuentro
personal con Jesucristo nuestros pensamientos, emociones, deseos y acciones se
enfoquen en la prioridad fundamental del amor al prójimo. Estamos de paso en este mundo; pero nuestra
estancia breve aquí, debe dejar la huella imborrable de Cristo...
“El que dice: Yo le conozco, y no
guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero
el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha
perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en
él, debe andar como él anduvo”
1 Juan 2:4-6
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José Alfredo Liévano.
PENSEMOS EN DIOS
@JAlfredoLievano
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